Por Pedro Cabiya
Estamos locos, José Luis. Acéptalo. Yo lo acepté.
Estamos desquiciados, de manicomio. Que alguien nos medique, pana, que nos
tranquen.
César Pérez también. Amárrenlo y sédenlo. Aura Celeste:
de atar está esa señora. Andrés L. Mateo no sé cómo es que anda por ahí sin una
camisa de fuerza. ¿Sara Pérez? Xanax con ella, megadosis.
A Altagracia Salazar, Edith Febles, Amelia Deschamps,
Marino Zapete, y Marien Aristy hay que ponerles cloroformo y acostarlos a
dormir en una habitación acolchada. Jhonatan Liriano pide a gritos un CAT-Scan.
Huchi y Diana Lora, dementes padre e hija.
Alucinamos, colega, alucinamos. Los videos, los golpes,
las trampas, la suciedad, la matemática sicodélica, el irrespeto a los
procedimientos, los incendios… Dejemos de fumar cáscara de guineo, José Luis.
No nos hace bien. Nubla nuestras percepciones. Nos atosiga. Atrofia nuestro
entendimiento. Debemos revisarnos.
El consenso oficialista dice que la bacía es yelmo,
amigo mío, ni siquiera baciyelmo. Estamos viendo el asunto de manera
equivocada. Tenemos el sol en los ojos y el alboroto circundante nos desorienta.
No podemos confiar en nuestros sentidos.
Se me da muy mal el doublethink. Necesito ayuda, quizá
en forma de una lobotomía.Tampoco en nuestra inteligencia, que tan bien nos
había servido hasta ahora. Queda supeditada de pronto a la opinión de medios
que claramente no están cooptados, de periodistas que obviamente no son
bocinas, y de aventureros de la palabra que hacen gala de tolerancia (pero con
la pillería), de apertura a todas las posibilidades (en especial si descargan a
los pillos), de plasticidad ética (todo es relativo, al fin y al cabo), y de un
temperamento profundamente compasivo… pero única y exclusivamente cuando la
bandeja de la balanza se inclina a su favor, cuando son ellos los que están
guarecidos bajo los cobertizos del poder y pueden darse el lujo de predicar
subjetividad, ambigüedad, creando un clima donde nada tiene asidero, donde no
hay verdades objetivas, donde todo es del color del cristal con que se mira.
Habiendo acumulado el poder del lado de ellos (y “ellos” pueden ser cualquiera
de los contendientes), se vuelven magnánimos con las definiciones, indulgentes
con los plazos, flexibles con los procedimientos, generosos con el uso del
ejército, y pacientes con las triquiñuelas de los suyos — al tiempo que son
estrictos con la forma en que deben ser canalizadas las quejas, exigentes en
sus llamados a la paz y el orden, e implacables en su noción de cómo, cuándo, y
por qué debe la oposición protestar. Cobran hasta el último chele antes de los
treinta días, pero cuando les toca pagar redondean para abajo, noventa días
después, y todavía se lo encuentran caro.
¡Perdón! Ahí vuelvo yo con mis locuras. Es que no
aprendo. Es que no aprendo. Se me da muy mal el doublethink. Necesito ayuda,
quizá en forma de una lobotomía. ¿Entenderían mi emergencia los chicos y chicas
del 911?
El emperador no está desnudo, José Luis. Tenemos que
cambiar los espejuelos. ¿No ves cómo los empresarios debaten acerca de la
magnificencia de las telas? ¿No escuchas a la iglesia elogiando la elegancia
del corte? ¿No oyes a todos esos intelectuales, José Luis, ¡intelectuales!,
discutiendo la paleta de colores, los patrones, los accesorios, el bordillo,
los flecos, las puñetas, los cuellos, las mangas, las calzas, los fondillos…
Nuestro emperador luce un traje fabuloso, y que no podamos apreciarlo es culpa
nuestra… Hay que cogerle un chin el ruedo, eso sí, dicen ellos, hay que
ajustarlo de cintura, admiten ellos, hay que dejarlo remojando en cloro, pero
no mucho, quizá darle una planchadita, pasarle el remueve-pelusas, confiesan
ellos, conceden ellos, pero carajo, ¡qué traje! ¡Qué traje!
No. No, José Luis, eso que vemos ahí no son las verijas
del emperador. Eso de ahí no es su culo lánguido, reseco y no del todo limpio;
esas no son sus nalgas esmirriadas y pellejúas; eso de allá no son sus
testículos pelados; esas no son sus rodillas llenas de psoriasis; no es pie de
atleta eso que le come la entrefalange; no son esas sus costillas
protuberantes, su caja del pecho hundida, el espinazo torcido por la
escoliosis, el ombligo mugriento. ¡Qué bruto eres! ¡Qué brutos somos!
¡Vergüenza debería darnos! ¡Cuánta gente que no sabe de trajes!
Y lo peor es que no estamos solos, amigo mío. Lee nada
más esta locura, esta insania de Guillermo Cifuentes:
“La legitimidad emana exclusivamente del cumplimiento de
los procedimientos y protocolos legales en cuanto a la emisión del sufragio y
por supuesto de la forma en que se llevó a cabo el escrutinio. Si eso no
existe, todas las felicitaciones resultan sospechosas de pretender legitimar un
proceso que no es capaz de legitimarse por sí mismo, con consecuencias más
nocivas para la vida democrática que los propios sucesos que nos ocupan.”
Dime si a este lunático no hay que ponerle un bozal y
una carlanca de cimarrón. Pero, ¡a quién se le ocurre!
Callémonos por los pobres: ellos no merecen este caos
que incitamos desde la butaca de nuestros privilegios.Un joven comentarista de
uno de mis muros — otro maldito loco — tuvo la osadía de postear la definición
de dictadura según Wikipedia. Dice que dictadura “es una forma de gobierno en
la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo o
élite, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto que se
caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar
arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la
independencia del gobierno respecto a la presencia o no de consentimiento por
parte de cualquiera de los gobernados, y la imposibilidad de que a través de un
procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder.”
Nuestro problema, José Luis, la prueba contundente de
que estamos mal de la cabeza, es que nosotros leemos esta definición y de una
vez pensamos, “Cónchole, pero ese parrafito como que describe bastante bien la
situación en República Dominicana… ofrézcome”. Para corregir esto haría falta
que al instante recibiéramos una descarga de cien voltios en las tetillas,
porque si insistimos en nuestro error, si persistimos en la soberbia de hacer
uso de nuestro raciocinio, ¿cómo diablos vamos a lograr un gobierno de unidad
que trabaje en pos de un futuro de esperanza y de libertad?
Caramba, ¿viste eso? Ya casi casi estoy hablando como
todos esos demócratas con olor a humo en el pelo, cachispa de borrador en las
mangas de la camisa, y un par de valijas de seguridad en el baúl de sus carros.
¡A trabajar, a trabajar! ¡La patria espera por nosotros! ¡A pasar la página y a
trabajar!
Estás loco, José Luis. De remate. Don César, algo habrá
que hacer con usted, pero no podemos permitir que ande así, suelto por la
calle. Que alguien amarre a Sara a los pilares de su cama y le ponga un
crucifijo en el pecho, como en aquella película. Aunque yo lo que debería hacer
es callarme la boca y no darle más ideas a todas esas patrullas ortopédicas
dedicadas, desde sus diferentes púlpitos y estrados, a corregir a los heréticos
que todavía creen – ingenuos que son, estúpidos que son – en definiciones de
diccionario.
No seamos egoístas. Callémonos. Pensemos en todos esos
inversionistas extranjeros que se aspavientan menos por la crasa falta de
institucionalidad que impera en nuestro país que por las protestas que inspira.
Callémonos por los pobres: ellos no merecen este caos que incitamos desde la
butaca de nuestros privilegios. ¿Encima de loco, burgués? Pero, sobre todo,
José Luis, callémonos por los niños. ¿Qué ejemplo es el que queremos darle a
quienes heredarán el país?
No hay comentarios:
Publicar un comentario